Trascurre el día 7 de abril de 1954, en una Mallorca idílica, la cual ostentaba con justicia el adjetivo de isla de la calma. Playas solitarias, ocasionalmente vírgenes, huérfanas de urbanizaciones y hoteles, la que muchos tuvimos la suerte de conocer. Su fama había empezado a despertar el interés en el intrépido viajero allende nuestras fronteras e iniciado un incipiente, pero continuo, flujo turístico hacia nuestra isla.
Este interés provocó que de una forma esporádica, pero creciente, ya insinuaba lo que podía ser el primer boom urbanístico, algunas familias pudientes decidieran edificar chalets y casas de veraneo cerca del mar. La playa de Magaluf era una de esas playas desiertas y cerca de ella se construía uno de estos edificios de recreo.
Sobre las 9:30 de ese día, los obreros de una construcción oyeron un ensordecedor ruido de motores de un avión que se iba acercando a baja altura. Al salir al exterior, solo tuvieron tiempo de divisar un avión bimotor que llegaba a baja altura, cuya ala impactó contra un pino y se precipitó al mar, hundiéndose rápidamente a una distancia de unos setenta metros de la playa, dejando visibles las dos derivas de la cola.
El avión era un bombardero ligero LEO 45 francés con base en Argel y que se dirigía a París con 13 personas a bordo entre tripulantes y pasajeros, todos ellos militares, algunos de alta graduación. A unas millas de la isla tuvo problemas con un motor y ante la imposibilidad de poder aterrizar en un aeródromo lo intentó en la playa de Magaluf, con tan fatídico resultado.
Rápidamente, dos de aquellos obreros se lanzaron al agua para intentar salvar a los posibles supervivientes, logrando llevar a la orilla con vida a ocho y recuperando tres cadáveres, desapareciendo 2 tripulantes. No fueron pocas las dificultades, ya que era un día de frío viento y lluvioso. Una vez a salvo los ocho rescatados y atendidos en sus primeros auxilios, uno de los salvadores, junto con D. Juan Partes Camps, vecino de la zona, ofreció su camión y su coche para que fueran atendidos en la ciudad. Se activaron los procedimientos necesarios para recuperar los cadáveres y planificar posibles actuaciones en la nave siniestrada.
Dos días después, aterrizaron en Son Bonet un Leo similar al siniestrado y un Junkers 52 franceses para repatriar a los supervivientes y los fallecidos. Con la presencia de todas las autoridades civiles y militares de la isla fueron despedidos de regreso a Argel, los supervivientes viajando en el Leo y los cinco cadáveres en el Junkers 52.
Al cabo de unas semanas, los dos salvadores, Gabriel Palmer Planas y Juan Ramón Sánchez, ambos vecinos de Sant Joan, fueron condecorados por el gobierno francés con motivo de su actuación.