El diseñador Jean Paul Gaultier ha asociado con frecuencia sus creaciones al séptimo arte. Su mirada, entusiasta y curiosa, se dispone a guiarnos en el descubrimiento de los múltiples nexos entre cine y moda: ambos transgreden los géneros, inventan nuevos iconos y renuevan sus cuerpos.
La exposición está dedicada a su amiga Tonie Marshall (1951-2020), directora de cine e hija de la actriz Micheline Presle, a quien Jean Paul Gaultier descubrió a los 13 años cuando vio Falbalas de Jacques Becker, en la televisión. Esta película cuenta la historia de un famoso modisto parisino que, lleno de pasión y de perfeccionismo, seduce a sus modelos el tiempo justo para que renueven su inspiración creativa, pero que sucumbe a un amor imposible. El melodrama, ambientado en el trajín de una casa de alta costura, fue una auténtica revelación para Jean Paul Gaultier, y su primera escuela de moda.
El vestuario de la película corrió a cargo de Marcel Rochas, uno de los primeros diseñadores que entendió que el cine podía ser usado como embajador de sus diseños. Rochas se implicó muy especialmente en Falbalas, hasta el extremo de asesorar al actor protagonista en su gestualidad; de hecho, el desfile que cierra la película es una recopilación de sus mayores éxitos. Rochas también suele ser considerado como el inventor, en 1945, de la guêpière, reformulada por Jean Paul Gaultier a partir de sus primeras colecciones de prêt-à-porter, a principios de los años ochenta. Marcado por los corsés de su abuela, el diseñador transformó esta prenda interior en exterior, convirtiéndola en una de las piedras angulares de su marca.
Corsé y guêpière
La lencería femenina moderna apareció a principios del siglo XX. Después de siglos de corsés que aprisionaban la cintura y el busto, la faja y el sujetador siguieron moldeando las siluetas en función de las modas, con especial hincapié en pelvis y caderas, pero sin tanta rigidez.
A partir de 1945 recuperaron su protagonismo los atributos tradicionales de la mujer: la guêpière, una especie de corsé más flexible, combinado con un sujetador de aros, se popularizó con el éxito del New Look de Christian Dior. Esta prenda dibuja un pecho alto, una cintura estrecha y unas caderas opulentas, la silueta de todas las pin-ups de los años cincuenta, con sus pechos como obuses.
En los años ochenta, algunos diseñadores anticonformistas como Vivienne Westwood retoman la corsetería estructuradora del pasado. Presentando la ropa interior como ropa exterior, Jean Paul Gaultier creó uno de sus looks más emblemáticos, que proclama con humor su gusto por los cuerpos sexuados y provocadores.
MUJER/HOMBRE
De la cortesana a la superwoman, y del macho al dandy, los arquetipos femeninos y masculinos de la gran pantalla están en permanente evolución, como reflejo, y a veces anticipación, de los papeles de los hombres y de las mujeres dentro de la sociedad.
Aparte de algunas actrices pioneras que desde finales de los años veinte proclaman su libertad emancipándose de las normas vestimentarias (Marlene Dietrich con pantalones, o Louise Brooks con su pelo a lo garçonne), los estudios convierten a la mayoría de las estrellas en mujeres fatales. En Hollywood, su icono es Marilyn Monroe, que en Los caballeros las prefieren rubias (1953) deslumbra como sex symbol de sofisticada indumentaria. No menos sensual, la estrella francesa Brigitte Bardot (Y Dios creó a la mujer, 1956) es una rebelde más salvaje, que reivindica una moda prêt-à-porter joven y sencilla, mientras que sus coetáneas Delphine Seyrig, Jeanne Moreau y Catherine Deneuve, vestidas respectivamente por Coco Chanel, Pierre Cardin e Yves Saint Laurent, simbolizan la fidelidad a la alta costura francesa.
Frente a ellas, dentro de la estirpe de los héroes de virilidad conquistadora (como el vaquero John Wayne), el Marlon Brando de Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951), con su camiseta imperio, representa una ruptura erótica indudable, y encarna como nadie al hombre objeto para Jean Paul Gaultier, que fue uno de los primeros diseñadores en incorporar elementos del vestuario femenino a la silueta masculina. En esta misma línea, con la colección James Blondes (2011), Gaultier reformula la elegancia british del personaje de James Bond, protagonista de una saga cinematográfica de culto que ha contado con apariciones tan impactantes como la de Grace Jones, vestida, en la única entrega en que participó, por el diseñador Azzedine Alaïa.
Mujeres transgresoras en los Estados Unidos de la censura
Misteriosa e indomable, Marlene Dietrich es la perfecta encarnación de la mujer fatal, además de tocar la tecla de la ambigüedad sexual, sobre todo en las películas que rodó con Josef von Sternberg. Su vestuario incluía varios modelos y accesorios andróginos que llevó tanto en la pantalla como en la vida real.
Algunos años antes de que se reforzara la censura en Hollywood con el llamado «código Hays» (1934) cobraron cierta asiduidad los papeles de mujeres más liberadas, y las alusiones a la homosexualidad. Tanto Marlene Dietrich como Greta Garbo y Katharine Hepburn usaron, cada una a su manera, atuendos masculinos para emborronar el concepto de género y plasmar unos deseos de emancipación que rompían con el orden social. Su condición de personajes excepcionales les permitió exhibirse llevando pantalones —la revolución de más peso en la moda femenina del siglo XX—, algo todavía difícil, por no decir prohibido, para las mujeres de la época.
Catherine Deneuve
e Yves Saint Laurent
Belle de jour (1966) fue la primera colaboración para la gran pantalla entre el diseñador y la actriz, que, en los inicios de sus respectivas trayectorias, hallaron en la cinta de Luis Buñuel una imagen anticonformista que sintonizaba con sus personalidades.
«Si hay un modelo incontestable de la relación entre diseñador y actriz, no cabe duda de que es el que ofrecieron Yves Saint Laurent y Catherine Deneuve. Su complicidad fue posible gracias al contexto de la época, pero sobre todo a los dos interesados. Deneuve tiene una conciencia muy aguda del registro visual de la ropa que lleva. Mantuvo una fidelidad excepcional a Saint Laurent, no solo en su vida, en el día a día, sino en su trayectoria como actriz. Lo excepcional de la relación entre Deneuve y Saint Laurent es la ósmosis perfecta entre los dos: si Saint Laurent era moderno, Deneuve —símbolo de la elegancia francesa— no lo era menos.»Jean Paul Gaultier
Jean Paul Gaultier diseñador de vestuario para el cine
Primer modisto en formar parte del jurado del Festival de Cannes, en 2012, Jean Paul Gaultier ha trabajado en varias ocasiones para el cine, dejando traslucir su amor a la ciencia ficción y el cómic, y a la experimentación con los materiales.
«En el terreno del cine soy de gustos muy eclécticos; admiro tanto a Luc Besson como a Pedro Almodóvar y Peter Greenaway. La única vez en que me he tomado la libertad de abordar a directores a los que no conocía fue después del estreno de Delicatessen [de Jeunet y Caro]. Me reconocía en esa mezcla de modernidad y nostalgia creativa un poco retro, y cuatro años más tarde colaboré en La ciudad de los niños perdidos. Del mismo modo, estuve encantado de ocuparme del vestuario de Catherine Deneuve en Lo más cercano al cielo, de mi amiga Tonie Marshall.»
TRANSGRESIONES
Jean-Paul Gaultier ha hecho de la transgresión el leitmotiv de toda su obra, vulnerando a la vez las reglas de la decencia y las normas de género. También ha cuestionado las pautas del «buen gusto» con combinaciones atrevidas, y ha llegado a adueñarse —sin juzgarlas— de ciertas tradiciones folclóricas. En respuesta a los movimientos de emancipación de los años sesenta y setenta, el cine se atreve a una mayor extravagancia en lo tocante a las costumbres, las actitudes, el lenguaje y la ropa. Las películas popularizan el escándalo, con personajes travestidos y de sexualidad desaforada (The Rocky Horror Picture Show, 1975). Lo underground adquiere una mayor visibilidad, arrinconando los buenos modales, como se ve en Querelle, de Rainer W. Fassbinder (1982), y sus marineros de fálica belleza. Marcado por este homoerotismo subversivo, Jean Paul Gaultier convierte la camiseta a rayas en lo más emblemático de L’Homme-Objet (‘El hombre objeto’), su primer desfile prêt-à-porter masculino, en 1983. Replanteada, y con la espalda al descubierto (característica ligada a la feminidad), dicha camiseta se erigiría en el símbolo de su marca.
Tanto en moda como en cine, Gaultier se decanta en ocasiones por un punk explosivo o un kitsch aparatoso, sobre todo para las películas de Pedro Almodóvar. Los dos enfants terribles comparten una visión del mundo marcada por el color y la impertinencia, donde coexisten referencias a la opereta y a la cultura camp, y en la que no hay prejuicios. Siempre con predilección por cuerpos distintos y queer, como deja bien claro el vestido con pubis de lentejuelas y plumas de avestruz de La mala educación (2003).
Jean Paul Gaultier
y Pedro Almodóvar
El diseñador y el director tienen varios intereses en común: la cultura pop y alternativa, el exceso de colores, la calle como fuente de inspiración y la transexualidad, a la que ambos han dado visibilidad, uno en sus desfiles y el otro en sus películas.
Unidos desde finales de los años ochenta por una mutua admiración, han colaborado tres veces: en 1993 con Kika, en 2003 con La mala educación, y en 2011 con La piel que habito. En todos estos casos, el espectacular vestuario diseñado por Jean Paul Gaultier ha impregnado todo el universo de la ficción, y al trascenderlo ha dado pie a fetiches icónicos en todo el sentido de la palabra.
«Con Jean Paul utilizamos la sexualidad de un modo que puede parecer escandaloso, y a los dos se nos ha calificado de enfants terribles, pero tanto él como yo somos personas muy inocentes (no hay turbulencia ni morbo en el modo en que aparece el sexo en nuestros trabajos). Todo es una cuestión de naturalidad y de falta de prejuicios. Y de sentido del humor.»Pedro Almodóvar
El cine y la cultura española
para Jean Paul Gaultier
El vínculo de Jean Paul Gaultier con España empieza en su más tierna infancia, cuando veraneaba con su familia en el País Vasco francés, y se extendió a lo largo de los años en forma de varios viajes, lo cual explica el buen conocimiento que tiene de su geografía, cultura y lengua.
Las películas protagonizadas por Luis Mariano, Carmen Sevilla o Sara Montiel en la televisión francesa eran también referentes habituales y, pese a no haber influido con la misma intensidad que Falbalas en su vocación por la moda, sí fueron referencias estéticas importantes para el joven Gaultier.
El diseñador destaca su atracción por la intensidad de la luz, y también por la fuerza del folklore tradicional. Las formas ajustadas de los vestidos, los volantes, el brillo de los trajes de luces, la suntuosidad de los colores, los bordados, la expresión corporal del flamenco, la música… Todos estos elementos se reflejan en muchas de sus creaciones.
Cuando Gaultier piensa en España, se remite también a los proyectos profesionales, y muy especialmente a la amistad. Habla con agradecimiento y admiración de cómo ciertas personas, como Rossy de Palma o Pedro Almodóvar, han contribuido a estrechar sus lazos con el país, hasta el punto de convertirlo en su casa.
POP Y METAL
Muy presente en las películas históricas, el metal es propio de guerreros y guerreras, entre las que destaca la icónica Juana de Arco, interpretada en distintos momentos por Jean Seberg, Sandrine Bonnaire y Milla Jovovich. En 1968 fue Jane Fonda quien, para el papel de la aventurera Barbarella, se enfundó una túnica psicodélica de metal especialmente diseñada por Paco Rabanne. Dos años antes, Rabanne había causado sensación al presentar en las pasarelas de París «12 vestidos imposibles de llevar» hechos de rhodoid y acero, y confeccionados con soplete.
La moda de los años sesenta era revolucionaria. Fue la época del Space Age, representado por modistos visionarios como Pierre Cardin y André Courrèges. Aclamados por sus colecciones de prêt-à-porter futuristas, ambos experimentaron con nuevas formas y materiales al tiempo que dialogaban con la ciencia, el diseño y también el cine, que acompañó este movimiento utópico con películas como Blow-Up o La naranja mecánica.
En este mundo de los sixties en plena mutación, el fotógrafo y agitador William Klein, autor de imágenes exuberantes, dirigió en 1966 su primer largometraje, ¿Quién eres tú, Polly Maggoo?. Sátira poética del mundo de los medios de comunicación y la alta costura, la película se abre con la escena de un desfile de vestidos de metal, ruidoso, chirriante y delirante. Veinte años más tarde, para su documental Mode in France, Klein filmó a Jean Paul Gaultier en el backstage, como homenaje a los modistos provocadores de los años ochenta que, emancipándose de sus predecesores, lograron convertir la moda en un espectáculo lúdico y contestatario.
Los sesenta: una moda
revolucionaria
Con sus minifaldas, los diseñadores del Swinging London crearon un prêt-à-porter más libre, mientras las modelos Twiggy y Jean Shrimpton, y fotógrafos como David Bailey, se erigían a su vez en ídolos, comparables a estrellas del rock.
En Francia, Yves Saint Laurent inauguró su tienda rive gauche. La ropa pasó a estar enfocada en la generación del baby-boom, con una mezcla de modernidad y juventud. Fue entonces, también, cuando la moda unisex, imbuida de las reivindicaciones igualitarias de la época, propuso un acercamiento radical entre la imagen masculina y la femenina. A partir de 1962, por ejemplo, André Courrèges diseñó pantalones para mujer que se podían llevar de día, por la calle.
De esta ductilidad y originalidad partieron asimismo los modelos diseñados por Pierre Cardin para ambos sexos: «El trabajo con los materiales textiles me ha permitido inventar una silueta del futuro, que tiene en cuenta a la mujer trabajadora», declaró. Fue con este diseñador, fallecido en 2020, con quien inició Jean Paul Gaultier su formación en 1970. Abanderado de una moda más libre, Cardin se abrió a todas las disciplinas, e inventó el prototipo del modisto estrella sacralizado durante las siguientes décadas.
William Klein y la moda
Jean Paul Gaultier y William Klein coincidieron durante el rodaje, en 1985, del documental Mode in France. Para entonces, Klein llevaba unos treinta años de actividad en el mundo de la moda, primero como fotógrafo, para Vogue en Estados Unidos y París, y luego como director de cine, con ¿Quién eres tú, Polly Maggoo?, su primer largometraje, estrenado en 1966 e íntegramente dedicado a la moda y a la flamante sociedad del espectáculo.
El famoso catwalk de los desfiles, y sus backstages, eran algunos de los observatorios favoritos de Klein, que elaboraba desde ellos el relato cacofónico y festivo de una moda excesiva, tan genial como ridícula. Desde sus series fotográficas hasta su obra cinematográfica, tanto de ficción como documental, Klein se las ingenia para provocar el encuentro entre dos mundos que hasta entonces solo se miraban desde lejos: la moda y la calle. En Roma mezcla a sus modelos con la muchedumbre, como simples transeúntes, y no vacila en extraviar a uno de sus personajes, Polly Maggoo, en los abarrotados bulevares de París. La irreverencia de Klein coincide con la de Jean Paul Gaultier, y llega hasta el núcleo de una industria, la de la moda, que sin haber renunciado nunca a conquistar la calle se ha abstenido de tener mucho roce con ella.
DESFILES
El momento del desfile, celebración definitiva de la moda, es un elemento esencial de la mayoría de las películas ambientadas en el mundo de la alta costura. No es infrecuente que la narración de la película quede momentáneamente suspendida para mostrar un desfile en todo su esplendor. Uno de los más memorables es el que aparece en Technicolor en Mujeres, maravilloso y colorido paréntesis en una película rodada aún en blanco y negro.
El desfile de moda, al que en un primer momento solo se podía asistir con cita previa, se escenifica en salones de ambiente lujoso donde las modelos adoptan poses y, en algunos casos, describen ellas mismas lo que llevan, antes de deambular por pasarelas casi siempre rectilíneas. Las ficciones se adueñaron en muy poco tiempo de todo lo que comportaban: los ensayos en el backstage, la prensa y el público, sobre todo el de las primeras filas, ocupadas por clientes, periodistas, fotógrafos y famosos. Desde Una cara con ángel hasta El diablo viste de Prada, pasando por Absolumente fabulosas, las redactoras jefe y las clientas ricas encarnan con humor las relaciones de poder del fashion world.
En los años ochenta, Jean Paul Gaultier y otros diseñadores como Thierry Mugler o Vivienne Westwood convirtieron el desfile de moda en un espectáculo por derecho propio. La escenografía, la orquestación sonora y la actitud de los modelos —que parecen interpretar un guion en una sola toma— se unen para convertir el desfile en la culminación de una creación colectiva similar a la del cine.