En el pasado y durante varios siglos la humanidad se vio flagelada por una serie de enfermedades, las más comunes; cólera, peste, viruela, etc., que
cuando se desarrollaban y convertían en epidemia, al no haberse descubierto aun los antibióticos (se descubrieron bien entrado el siglo XX), las sulfamidas, ni ningún medicamento para poderles hacer frente, agravado por la falta de higiene y deficiente nutrición, de aquellas gentes, diezmaban las poblaciones en las regiones donde se declaraba. Tampoco se tenía ni idea de las vacunas y aunque los médicos ponían todo el saber de la época para aliviar sus efectos nada podían hacer, lo único que
quedaba era intentar evitar su propagación y contagio. Esto se veía comprometido por el tráfico mercante que se producía entre lugares infectados hacia lugares libres de la enfermedad.
Era necesario aislar (poner en cuarentena) a las personas y mercancías que venían de puertos donde se sospechaba pudiera haber un brote infeccioso, hasta que se tuviera la seguridad de que habían llegado sanos, habían superado la enfermedad y habían sanado, o a causa de esta habían fallecido. En España hacia 1720 ya se vio la necesidad de una instalación permanente de control sanitario, con el rebrote de la mortífera peste de Marsella. Pero al acabar la epidemia sin consecuencias para nuestro país, se fue demorando su construcción, y aunque siempre habían existido instalaciones temporales, fue a finales de este siglo en concreto en 1785 cuando vieron la urgencia de la construcción de un Lazareto general. Esto fue cuando el rey Carlos III firmó la paz con los países ribereños del norte de África, que trajo consigo un importante movimiento comercial entre los puertos africanos y España.
Todo el norte de África y países ribereños del Este Mediterráneo, estaban en un estado sanitario muy sospechoso, lo que aconsejaba que cualquier persona o mercancía que viniese de aquellos orígenes pasara una inspección sanitaria. Con la firma de la paz, Argelia devolvió a España 268 cautivos que había mantenido como esclavos. Al ser Argelia una región contaminada, estas personas debían pasar un tiempo en cuarentena, para ello se empezó a buscar un sitio en la costa española para este cometido, no se encontró ningún sitio adecuado, y se pensó en la isla de Menorca donde los ingleses habían construido un pequeño Lazareto en la Illa Plana, en el puerto de Mahón. Pero las instalaciones resultaron insuficientes para acoger a tanta gente y al final fueron instalados en tiendas de campaña y barracas de madera en la Illa d’en Colom, situada frente a Es Grau. La cuarentena paso sin ninguna incidencia, pero quedó reafirmada la necesidad de una instalación permanente y amplia con todos los elementos necesarios para cumplir su cometido.
Hay que resaltar que la instalación que se proyectaba era para todo el Estado, lo que quería decir que, cualquier embarcación que tuviera su origen en puerto extranjero debía pasar la cuarentena en dicha instalación. El lugar elegido fue en el puerto de Mahón, una pequeña península unida a la costa por una estrecha franja de tierra, (hasta el año 1900 que con la construcción del canal de Alfonso XIII, también conocido como canal de Sant Jordi, que se convertiría en isla). Así si se declaraba una epidemia en dicha instalación sanitaria, al tener que superar tantos obstáculos era casi imposible que llegara al continente.
¿Por qué se eligió Menorca?. No se sabe muy bien, (hay que señalar que uno de los sitios que se barajaron, fue la bahía de Alcudia). Bien, como decíamos no se sabe muy bien por qué se eligió Menorca, pero parece ser que la salubridad que encontraron los cautivos liberados, además de ser una isla, lugar aislado en sí mismo y estar lejos de la península fueron determinantes. Tampoco hay que olvidar que al ser Menorca la tierra más oriental de España y la primera escala de los barcos que vinieran de cualquier puerto del Mediterráneo avalaba la elección. Aunque la orden para su construcción se firmó en septiembre de 1787, hasta el 15 de Septiembre de 1793 no se puso la primera piedra para su construcción.
Los primeros tres años se dedicaron a levantar uno de los cuatro departamentos que debía tener el Llatzaret. En 1798 ya sirvió para desinfectar una nave que venía de la parte de Turquía. En el año 1798 los ingleses conquistaron por última vez la isla y abandonaron las obras del Lazareto ya que tenían suficiente con el que habían construido en la Illa Plana. Cuatro años más tarde la isla retornó a la Corona Española y se retomaro las obras, pero por diversas causas se interrumpieron en varias ocasiones (para acoger y pasar la cuarentena pasajeros contaminados, falta de mano de obra etc.). En 1807 se terminó su construcción y el obispo de Menorca bendijo su capilla dedicada a San Sebastián.
Durante una serie de años aunque en ocasiones fue utilizado como lazareto, también fue utilizado como hospital, como cuartel y como prisión, que albergó temporalmente algunos de los soldado franceses que después terminarían en la isla de Cabrera. Un tiempo después se determinó que las instalaciones debían servir para lo que se habían construido y una vez reparados algunos desperfectos causados por los usos antes mencionados, a partir de 1817 ya se dedicaría por completo a su uso sanitario y comenzaría a recibir los barcos sospechos.
Las dependencias del Lazareto estaban construidas en forma de círculo alrededor de un patio con una capilla en el centro y la parte que daba a este patio tenía unas grandes ventanas enrejadas, para desde allí poder oír misa pero sin poder salir de su espacio. Para administrar la comunión el sacerdote se servía de una especie de paleta montada al final de una larga pértiga y desde su ubicación, en la capilla, sin acercarse para ello a los enfermos, podía pasarles la ostia consagrada. También había una torre de vigilancia con un centinela con la orden de disparar si alguien intentaba huir o abandonar su departamento. En la parte de atrás hay un cementerio donde eran enterrados los enfermos que allí fallecían. Hay que notar que el único departamento que tenía comunicación directa con el cementerio era el de los empestados.
Los barcos que llegaban y tenían que pasar la cuarentena, también tenían su lugar de fondeo según la clase de patente que portaran siempre, pero dentro del puerto.
A la llegada de un barco, desembarcaban los pasajeros y tripulantes y antes de pasar al correspondiente departamento para pasar la cuarentena, se les hacía pasar por el perfumador. Una cabina donde eran rociados con unos gases fuertemente perfumados, destinados a destruir las miasmas que pudieran portar. Se creía en aquella época que una vez desaparecido el mal olor desaparecía también la miasma. Podemos imaginar cómo debían oler aquellas gentes con varias semanas de navegación en un barco donde la poca agua que había era para beber.
Casi siempre el Lazareto fue responsabilidad de la Junta del Reino, aunque delegada en el Capitán General o Gobernador de las islas. Su gestión la llevaban la Junta de Sanidad del puerto de Mahón. A la llegada de un buque el capitán del mismo debía presentarse ante un comisario que residía en Es Castell, localidad situada frente del Lazareto en la orilla del puerto. Este funcionario sometía a un breve interrogatorio al marino y complementado con la documentación que este le libraba, estaba en condiciones de determinar el grado de riesgo sanitario y según este, dirigía el barco a fondear a una de las zonas reservadas para ello. Este mismo capitán después tenía que volver a ser interrogado por las autoridades del Lazareto y si tenían alguna duda podían pasar una revisión sanitaria a todos los individuos que viajaran en el bajel. También estos y según el grado de salubridad, dictaban el tiempo que debían pasar en cuarentena.
El personal del Lazareto estaba integrado por un médico, un cirujano, cura, monaguillo, y una serie de personal sanitario y vigilantes. Siempre ha habido ciertas discrepancias sobre si el personal vivía en el propio Lazareto o lo hacía en la ciudad. Todo ello relacionado con la posibilidad de un contagio. Parece ser que algunos si vivían en el Lazareto pero otros lo hacían en sus domicilios de la ciudad o en Es Castell. El protocolo no daba opción a que los empleados tuvieran ningún contacto con los enfermos, ya que su misión principal era observar el grado de salud que desarrollaban los internos, para enseguida que vieran algún síntoma de deterioro pasarlo a la patente de los enfermos y así evitar el contagio con los que compartían espacio.
La financiación para su funcionamiento, debía generarse a partir de las tasas que pagaban los capitanes de los barcos que pasaban la cuarentena. Pero estos recursos debían ser suficientes para poder mantener a todos los internados, además de pagar los gastos de mantenimiento y sueldo del personal, ya que el estado no contribuía con ninguna clase de ayuda económica. Así se comprende que en ocasiones, se llegara a un acuerdo y solo se descargaran las mercaderías para poder ser desinfectadas, pero el personal pasaba la cuarentena a bordo de los barcos, eso sí, vigilados por los empleados del Lazareto, para que no pudieran abandonar el navío. Está claro que el Estado solo coordinó la construcción de las instalaciones, pero las entregó a sus gestores sin ninguna clase de mobiliario, ni ajuar y tampoco sin contribución alguna.
Durante todo el siglo XIX cumplió su cometido, variando su ocupación según la época y los brotes epidemiológicos que iban apareciendo. Así como fue transcurriendo el tiempo y al final ya no se desinfectaba a los huéspedes con gases perfumados, sino con autoclaves y productos verdaderamente efectivos contra
los parásitos.
Así ya en el siglo XX con la llegada de nuevos productos y técnicas se fueron abandonando aquellas prácticas de aislamiento y se hicieron innecesarios estas instalaciones sanitarias, cerrándose en las primeras décadas de este mismo siglo. A partir de aquí se le va dando uso para otras actividades como casa de colonias para niños, también hasta hace poco tiempo se utilizaba en los meses de verano como residencia para pasar las vacaciones el personal de la Seguridad Social que lo solicitaba.