Héctor García, fotógrafo autodidacta y creador del proyecto @mallorquineando, ha convertido su pasión por la imagen en un testimonio visual de la vida cotidiana en Palma. A través de su lente, ha logrado inmortalizar instantes fugaces de la ciudad, documentando la transformación de sus calles y la esencia de quienes la habitan. Lo que comenzó como una afición casual se ha convertido en un compromiso con la memoria colectiva, retratando la cotidianidad de una ciudad en constante cambio.
Cada una de sus fotografías captura momentos que, a primera vista, pueden parecer ordinarios, pero que con el tiempo adquieren un valor incalculable. Su trabajo no solo se ha ganado la admiración de los palmesanos, sino también de personas de todo el mundo que encuentran en sus imágenes una ventana a la vida urbana de la capital mallorquina. Héctor no busca la perfección técnica, sino la autenticidad, y eso es precisamente lo que hace que su obra conecte de forma tan genuina con el público.
En esta entrevista, Héctor nos habla de sus inicios en la fotografía, sus fuentes de inspiración, los desafíos de capturar la vida urbana y su deseo de dejar un legado visual para las futuras generaciones. A continuación, compartimos sus reflexiones en primera persona.
¿Qué te motivó a empezar este proyecto y cómo ha evolucionado con el paso de los años?
La fotografía no comenzó como una gran motivación ni como un sueño planificado. Fue algo casual: a los 25 años, con uno de mis primeros sueldos que obtuve por un nuevo trabajo, decidí comprarme una cámara. Nunca antes había tenido un interés especial en la fotografía, aunque sabía que a mi abuelo le gustaba mucho y hacía fotos de mis tíos. Al principio, experimentaba sin grandes pretensiones. Me llevaba la cámara en bicicleta, fotografiaba edificios, calles y hacía pruebas en casa. Ni siquiera me atrevía a fotografiar personas; era un proceso de ensayo constante.
Con el tiempo, las pequeñas victorias me impulsaron. Quizás hacía muchas fotos malas, pero si lograba una o dos que me gustaran, eso me motivaba a seguir practicando. Durante el primer año, puede que solo tuviera 20 fotos que considerara buenas. Pero con los años fui mejorando, aprendí a observar mejor y cada vez obtenía más imágenes que me llenaban. Mi exigencia también creció; lo que antes consideraba «bueno», ahora apenas lo miraría. Esa evolución constante es lo que me ha llevado a seguir disfrutando de la fotografía.
¿Cómo eliges los momentos que decides fotografiar y qué elementos buscas en una escena para que sea digna de ser inmortalizada?
No elijo los momentos ni busco elementos específicos. Simplemente salgo a la calle y dejo que las cosas fluyan. Camino por lugares donde me siento cómodo, y dejo que lo inesperado ocurra. A veces pasa algo interesante en cuestión de segundos, otras veces no ocurre nada. Lo importante es observar y estar presente.
Cuando algo me gusta, lo fotografío, sin más. No pienso demasiado en el encuadre ni en si está técnicamente perfecto. Lo hago como lo siento en ese momento. Para mí, la fotografía es instinto y emoción: capturar lo que me llama la atención o me conmueve, sin complicarme demasiado.
¿Qué es lo que más te atrae de su trabajo y de qué manera influencian tu estilo fotográfico?
Tengo muchos libros de fotógrafos como Ramón Masats, Vivian Maier, Elliott Erwitt o Cartier-Bresson. Me encanta mirarlos, aunque no tanto como me gustaría. Admiro mucho su trabajo, pero no siento que me influyan directamente. Creo que cada fotógrafo tiene su estilo, igual que cada cantante tiene su voz. Sin embargo, pienso que el ojo humano retiene cosas de manera inconsciente, y cuando sales a la calle, quizás algo de lo que has visto en sus fotos influye en lo que haces, aunque no lo planees.
Lo que más me atrae de la fotografía es el misterio que se esconde en fotos antiguas de otros fotógrafos, de otros países y de otras vidas. Mirar esas imágenes y preguntarme quién era esa persona, qué estaba haciendo o cómo era su vida me fascina. Es como asomarte a un mundo que ya no existe, y eso despierta en mí una gran curiosidad.
También me motiva regalar recuerdos. Siempre que puedo, regalo mis fotos a las personas que aparecen en ellas. Es gratificante para mí hacer feliz a los demás, porque a mí las personas me importan, a mí me gustan las personas, yo quiero ayudar de la forma que sé, que es hacer fotos. Me gusta pensar que dentro de 30 o 40 años, los hijos o nietos de esas personas tendrán un recuerdo bonito de ellos.
¿Qué opinas sobre la diferencia entre la fotografía documental y la fotografía más artística o de autor?
No me gusta complicarme con etiquetas, pero creo que ambas tienen su lugar y muchas veces se mezclan. La fotografía documental es un testigo honesto de la realidad, mientras que la artística te permite jugar más con la subjetividad y la interpretación. Yo me siento en un punto intermedio. Capturo momentos reales, pero intento aportar algo personal, algo que haga que mis fotos conecten con quien las vea.
¿Has notado transformaciones significativas en la vida cotidiana de la ciudad a lo largo de esta década de trabajo fotográfico?
Sí, Palma ha cambiado mucho. Antes tenía una vida más local, más de barrio, pero ahora se ha abierto mucho más al turismo y al comercio global. Algunos lugares han cambiado de uso, y aunque eso ha hecho que algunos rincones pierdan autenticidad, también han surgido espacios nuevos llenos de vida. Siempre intento reflejar esos contrastes sin perder la esencia de lo que hace única a la ciudad.
¿Tienes planes de realizar una exposición o publicar un libro para compartir este legado visual de la ciudad con un público más amplio?
Me encantaría, sería un sueño hecho realidad, pero sinceramente no sé cómo hacerlo. Nunca nadie me ha propuesto algo así ni sé por dónde empezar. Lo que más ilusión me haría sería poder dejar todas mis fotos al archivo fotográfico de la ciudad como patrimonio, regalárselo a la isla y dejar una huella para las nuevas generaciones.
¿Qué consejo le darías a alguien que quiere empezar en la fotografía de calle y captar la esencia de su ciudad como tú lo has hecho con Palma?
No tengo un consejo concreto, porque creo que cada persona tiene su propio camino. Si amas la fotografía, simplemente hazlo. Haz fotos, equivócate, aprende y sigue adelante. Lo importante es que disfrutes del proceso y te exijas a ti mismo mejorar, no para cumplir con expectativas externas, sino para sentirte orgulloso de lo que haces.