Marina de Esser Espai, experta en mindfulness, nos explica cómo la atención plena puede transformar el desarrollo emocional de los niños, potenciar la resiliencia familiar y cómo padres e hijos pueden integrar esta práctica en su día a día.
En esta entrevista, Marina de Esser Espai define el mindfulness como una práctica de atención plena, proveniente de la meditación, que ayuda a estar presentes en el momento sin juzgar. Destaca que el mindfulness en niños mejora su inteligencia emocional, regula su sistema nervioso y les proporciona herramientas para gestionar las emociones y los retos de la vida. La diferencia principal entre la enseñanza a adultos y niños reside en la integración de juegos, música y metáforas en las sesiones infantiles. Según Marina, fomentar la conciencia en la vida familiar es esencial para el desarrollo de los niños. Finalmente, sugiere que los padres también deben practicar mindfulness para que los hijos aprendan a través del ejemplo y que crear espacios de calidad, sin pantallas, fortalece el vínculo familiar.
¿Qué es el mindfulness y cómo lo describirías para alguien que nunca ha oído hablar de esta práctica?
La palabra mindfulness se traduce como “atención plena” y podemos decir que es una adaptación occidental de la práctica milenaria de la meditación. El mindfulness nos entrena en estar conscientes y presentes, es decir, con plena atención, en el momento presente y sin juicio. Esto nos permite desidentificarnos de nuestras reacciones mentales y emocionales respecto a lo que está aconteciendo en ese momento presente, y por lo tanto, poder “responder” (y no reaccionar) con mayor ecuanimidad y consciencia.
¿Qué beneficios has observado en los niños que practican mindfulness y cómo impacta en su desarrollo emocional y mental?
Enseñar estas herramientas desde edades tempranas favorece la inteligencia emocional y la plasticidad cognitivo-conductual. Mejora la autorregulación del sistema nervioso, la gestión de las emociones y la capacidad de vincularse con el entorno. En general, les dota de mayores recursos internos para afrontar los devenires de la vida.
¿Qué diferencias existen entre enseñar mindfulness a niños y a adultos, y cómo adaptas las sesiones para los más pequeños?
Con los peques incorporamos más dinámicas de atención plena a través del movimiento, con baile y música. Las dinámicas en quietud o silencio se van intercalando con dinámicas guiadas. Nos apoyamos también, por ejemplo, en el lenguaje metafórico o en elementos de la naturaleza, como la postura de la montaña para describir la postura de meditación, o los diferentes tipos de clima para describir las emociones… En general, procuramos que sea una práctica lúdica y suave al mismo tiempo.
En un mundo tan acelerado, ¿qué papel crees que juega el mindfulness en la vida familiar y en la educación de los niños?
Creo que fomentar el autoconocimiento y la presencia consciente de las personas es capital a todos los niveles. Y cuanto más temprano nos iniciamos en este tipo de prácticas, menos camino hay que “desandar”, ya que hay menos identificación con nuestro ego y nuestra neurosis. En la vida familiar, un entorno más consciente y presente ayuda a todos a tomar mejores decisiones, ser más resilientes, estar más unidos. Y eso va a repercutir en la vida futura del niño o niña, favoreciendo sus vínculos y su desarrollo psicosocial como adulto.
¿Cómo pueden los padres integrar el mindfulness en la rutina diaria de sus hijos para que la práctica sea efectiva a largo plazo?
Los niños y niñas aprenden lo que somos, no lo que les decimos. Entonces, la mejor manera es que primero los padres y madres integren prácticas de autoconocimiento y crecimiento personal a nivel individual. Con su propia experiencia y desarrollo favorecerán todo el contexto familiar. Es fundamental crear muchos espacios de presencia de calidad, sin pantallas, escuchándonos y apoyándonos en disfrutar y compartir juntos a través de los sentidos.