La valentía no se mide por la suspicacia de los cobardes, ni siquiera por la inmovilidad de los capaces. Es un líquido vital que escuece, que puede provocar euforia a la vez que duele, pero que se deposita en el alma como la mitad de todo lo que somos justo antes de la chispa adecuada. Escribir esta crónica no es fácil. Nadie te prepara para sentir el dolor y la soledad de los que tienes delante. Compartirlo. Dejarse llevar por la vorágine insignificante de una caricia que se alarga por el tobogán de una piel herida. Es más fácil tocarse y así es como se ama al prójimo; -Eso es patria de entrañas, lo que me toque a mí quiero que te toque a ti. No soporto este olor a orina. No grites más alto; me duele-.
El ambiente está cargado, casi ácido después del aire puro del camino, en esta sala de un centro psiquiátrico de desplazados por la guerra de la localidad ucraniana de Rozdol. Jóvenes ucranianos entre 7 y 40 años que deambulan por un pasillo, extasiados por su vulnerabilidad, gimen ordenadamente y buscan el contacto para cerciorarse de que la carne sigue a la carne. La mayoría de ellos tienen un alto grado de deficiencia mental y no es extraño ver a alguno sentado en el suelo desorientado o cantando canciones inventadas contra la pared, otros juegan en un aula y se alegran muchísimo cuando entramos a visitarlos.
Una alegría insana que no parece contentarme, pero que al final, tras comprobar como se regocijan con las caricias de mis compañeras, toca echarse un jarro de agua fría y volver a pillar la cámara y estirar el brazo. -Dame la mano si me alcanzas. Dame tu mano. Estoy aquí-. La melancolía en el rostro de Julia, la directora del centro desde hace cuatro días, se mezcla con la esperanza de mejorar las instalaciones y atender mejor a los usuarios. Su equipo es excepcional.
La situación en Ucrania debido a la invasión rusa en el este afecta de forma global. Los precios de los alimentos se han disparado y las materias primas alcanzan valores desorbitados. Es tiempo de reflexión. De desaprender porque la historia no parece hacernos justicia. Repetimos los mismos patrones y estoy seguro de que con una buena legión extranjera podríamos servir a nuestra Patria. Todo nos viene de golpe y a golpes y me da vergüenza pensar que esa legión vaya armada, pero la pólvora como el grano que tanto necesitamos tiene un sabor amargo, si no lo molemos.
La Fundación Escribano ha apoyado al pueblo ucraniano desde el inicio del conflicto. En abril del año pasado promovieron una caravana solidaria que llevó alimentos y medicamentos (comida envasada, medicina, mantas, comida para perros y material veterinario, etc.) a la frontera polaco-ucraniana. En octubre de 2022 volvieron para realizar una nueva compra en la población de Nowy Sacz, de alimentos y materiales que se llevaron a diferentes orfanatos de Ucrania y a unidades militares que defienden el país ante la agresión rusa.
Ambas misiones fueron coordinadas por la asociación local Stowarzyszenie Nowosądeckie Serducho, presidida por Mónica Pogwizd, que acompañó y asesoró a los componentes de la Fundación en la compra de alimentos en un supermercado local. Mónika es la madre de todos, el adalid que llega con un fulgor salvador y remueve toda la tierra para encontrar la solución a la causa justa. Luchadora incansable, bella por dentro y por fuera.
La Fundación Escribano regresa de nuevo, comprometidos con la causa del pueblo ucraniano, vuelven, pero esta vez para cruzar la frontera y compartir vivencias. La Palmesana se ha empotrado en este viaje relámpago para conocer de primera mano cómo realizan su trabajo y de qué forman conectan con las gentes a las que ayudan.
Cuando partimos de Mallorca hacia Cracovia, vía Múnich, observo a los voluntarios, les escucho y disfruto de cada risa y de la responsabilidad y riesgo que acarrea este desplazamiento. Marta sonríe mientras echa una cabezada. Se imagina todo ese amor intrínseco que habita en su corazón, convertido en caricia sobre el rostro de algún niño huérfano, con la ternura de un alma pura, madre valiente y emprendedora. Javi y Bea tienen un reloj biológico que les permite descansar en cualquier parón para luego desbordar con la energía de un mundo mejor. Almas máter que aportan el consuelo que han robado las balas.
Rosa está atareada con su mano artesana, elaborando pulseras que luego repartirá entre los voluntarios y nuestros hermanos y hermanas de Polonia y Ucrania. Activa en toda tarea y siempre con la mirada dispuesta, las manos abiertas y el pulso regular sobre nuestras barbillas. Susana es la comunicadora, la coordinadora, lo es todo, porque sin ella no rodaríamos tan lejos. Sin sus sorpresas, siempre tan ordenada y rigurosa, los kilómetros y el descanso serían superfluos. La vivencia requiere de momentos intensos.
Después de comprar alimentos y menaje en un supermercado de Cracovia junto a Stowarzyszenie Nowosądeckie Serducho, coordinados por Rusi, una voluntaria ucraniana, políglota, somelier y exageradamente perfecta, conocemos al que será nuestro conductor, Pedro, un voluntario polaco comprometido y justo que sabe muy bien de lo que habla con un discurso muy político y crítico, amante de la música rock y con una mirada cómplice. También conocemos a Kasia o Katy, la conductora del vehículo logístico que transportará todo el material.
Katy es puro fuego y no por su melena encendida y crispada, sino por su energía, por su dedicación en favor de los más necesitados. Ha viajado en repetidas ocasiones a Ucrania para transportar material y ha estado cerca del frente. Ella fue la que más me impactó con su trato y ternura hacia los enfermos. Puede adivinar que su espalda equilibrada es el torrente que recorre las venas vacías de los que salva, uranio enriquecido, plasma que me quiero meter en vena.
Nos desplazamos a la localidad de Jaroslaw (Polonia) para encontrarnos con familias de refugiados que nos esperan en un centro social gestionado por Svietlana, otra polaca que hace las veces de madre y amiga de todas las víctimas de esta guerra. Allí conocemos a Jordi, un héroe catalán que de forma independiente se traslada habitualmente a Polonia para ayudar con su equipaje a los refugiados que llegan a las diferentes estaciones de la frontera, además de hacer viajes logísticos a Ucrania para trasladar camas o ambulancias. Tras un rato de hermandad y fotografías, se les entrega un pack de comida.
Nuestra primera noche la pasamos en el Monasterio Dominikana de Jaroslaw donde el padre Adrián nos recibe con los brazos abiertos y una suculenta cena. Desde el inicio de la invasión rusa ha abierto sus puertas a más de 900 refugiados y cohabita junto a una treintena de familias ucranianas que trabajan en sus instalaciones, además de proporcionar educación a los niños.
Nos levantamos a las 4:00 para salir en media hora hacia la frontera. A las 5 de la mañana es completamente de día en esta zona. No sabemos muy bien qué nos vamos a encontrar y nos recomiendan ir con tiempo para realizar los trámites de ingreso. Rusi se encarga del papeleo. Es ordenada y abnegada. Se frota constantemente las manos, no porque esté nerviosa, sino porque siempre las tiene frías. Nuestra tranquilidad junto a ella es indescriptible. No tardamos mucho en cruzar y vamos directos hacia nuestra primera parada en la zona rural de Óblast de Lviv a 2 horas de Leópolis (Lviv) a un centro estatal psiquiátrico femenino.
En esta jornada nos acompaña Jordi, que hará de copiloto de Katy. Jordi tiene bastante conocimiento sobre el terreno, es valiente y ha sido de gran ayuda para Svietlana. Nos hace reír con sus anécdotas ucranianas. Es empresario y el presidente del Cercle Sabadellés 1856, una entidad cultural y recreativa de la localidad catalana de Sabadell.
El recibimiento es increíble. Me quedé fuera del convoy porque estaba grabando unas tomas con el dron y al llegar caminando al centro vi como una figura menuda venía corriendo hacia mi. ¡Qué orgullo!. ¡Qué choque de trenes!. Sigo avanzando y más mujeres se acercan a saludarme y yo las saludo y nos volvemos a abrazar. ¿Habéis sentido alguna vez esa corriente de las plantas a la coronilla?. Es amor y es puro. Es belleza, la de todos esos rostros desfigurados, la de las extremidades atrofiadas, la depresión y la conjura de los muertos; aquí ahora es vida. No me habléis de la pena. Esto es victoria. No olvidéis que somos muchos y todos somos uno. Nos tenemos que ayudar, no lo olvidéis. Me cago en todos los racistas y xenófobos.
El director del centro Bukivs’kyy Dytyachyy Budynok Internat es Mykola, un hombre adorado por todos, humilde, humano, seguro de que su trabajo da sus frutos. Nos explica que este centro está diseñado para albergar a 90 mujeres con necesidades especiales, pero que en este momento lo habitan 111, en habitaciones con 2 camas. El orfanato recibe subvenciones del estado y donaciones de particulares y entidades sociales como la Fundación Escribano. Recientemente, recibieron una ayuda de 2.000 € y compraron equipamiento de cocina. Las niñas disfrutan cocinando sus propios platos. Reconoce que no son un centro educativo, pero brindan servicios médicos y sociales.
Ayudan a las niñas a ser independientes, a reencontrarse con la sociedad. Tienen la tarea de encontrar escuelas técnicas o vocacionales para que no se sientan diferentes y además 5 de las usuarias se han casado y formado una familia. Finalizamos la visita con un pintauñas con los colores de la bandera de Ucrania que hace las delicias de las niñas. Nos fundimos en un abrazo grupal y se ve caer alguna lagrimilla.
Nos detenemos en una localidad cercana para comprar algo más de comida y productos eléctricos, como secadores de pelo o batidoras que Mykola se llevará con gran afecto y gratitud. Los precios aquí son bastante más bajos que en España, la fruta y la verdura, sobre todo.
Volvemos al inicio del relato. El día se ha tornado lluvioso y la inmensidad del granero de Europa se hace más visible. Los núcleos de población se unen por carreteras desmembradas y los techos parecen de corcho. ¿Quién se calentará allí dentro?. El camino está lleno de cementerios y basílicas impolutas de color azul eléctrico. Hay flores silvestres por todos lados y vemos algún cervetillo merodear por los campos. Llegamos a Rozdol y nos esperan varios jóvenes con el mayor de los cariños. Descargamos lo que queda de la comida y el menaje.
Otro banquete de bienvenida después de visitar las instalaciones y comprobar las deficiencias del edificio. Las cuidadoras de los niños tienen una mirada limpia. No veo resignación. Es su misión, cuidar y se sienten orgullosas. Enseñan a los niños a valerse por sí mismos y tiene previsto realizar talleres y abrir un gimnasio. Necesitan ayuda urgente.
Antes de volver a Polonia visitamos Leópolis, la ciudad más importante del oeste de Ucrania y su capital cultural. Aquí se ven atisbos de guerra con varios checkpoints en el camino. La familia de Stowarzyszenie Nowosądeckie Serducho nos invita a una cena caliente antes de cruzar la frontera. Una ensalada juliana, caldo de remolacha, una bebida consistente en jugo de frutos secos y cerdo a la plancha. Un final perfecto para esta intensa aventura de apenas 20 horas. ¡Vamos a volver!.
A Pedro le dedicamos la canción de la película Desperado, protagonizada por Antonio Banderas, «Soy un hombre muy honrado….». Menudo driver que nos hemos encontrado, siempre atento y cariñoso. Ambos, que medimos casi 2 metros, tuvimos que dormir juntos en la habitación en dos camas de 1’80 cm en el monasterio. Eso crea familia. Es mi nuevo hermano polaco. Atravesamos la frontera a toda velocidad y en contra dirección. Katy sabe muy lo que se hace. Aprovechamos la circunstancia de que pasamos como convoy humanitario y el paso es rápido e indoloro. Ya estamos en Polonia. ¡Volveremos!.
¿Si no van los valientes, quién va?
Créditos: Texto, fotos y vídeo de Tony Carbonell para La Palmesana Magazine
AYUDA A UCRANIA
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